Unidad

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jueves, 23 de julio de 2009

Debate post electoral en Córdoba: Diego Tatián

¿Cómo impulsar una fuerza política progresista en Córdoba?


Dramática, esta pregunta irrumpe de la desolación política en la que, ininterrumpidamente, está sumida nuestra provincia desde el golpe de Estado de 1976 –más bien desde el lacabanismo, lo que significa ya treinta y cinco años de desierto.

Se trata de una pregunta que quisiera ser -y aspira a transformarse en- un programa. Seguramente en política las cosas nunca se logran por mera voluntad, pero tampoco sin ella. ¿Por qué un relato diferente sobre lo real, un conjunto de ideas y un grupo de hombres y mujeres comprometidos con ellas, son capaces de obtener consenso público y prosperan en un momento dado? La contingencia que es propia de la política y la vuelven imprevisible, impide una respuesta simple a este interrogante -a mi juicio uno de los más misteriosos e interesantes-, que convoca palabras de difícil composición como fidelidad, ruptura, voluntad, lucidez, memoria, invención, sentido de la oportunidad, capacidad de comunicar, azar… También una sensibilidad para detectar las fisuras en la hegemonía de lenguaje que hace aparecer la realidad de una manera y no de otra; que naturaliza ciertos estados de cosas y vulnera con su enorme maquinaria de significación ideológica toda iniciativa que se atreva a afectar intereses de los poderes existentes, presentándola como “locura”, “soberbia”, “intolerancia”… Cuando ese lenguaje habla de “consenso” y de “diálogo” es necesario traducir inmediatamente por su significado real: el status quo de la renta no se toca; los privilegios no se tocan; el monopolio de la palabra por las grandes empresas mediáticas no se toca; la impunidad de los delitos de guante blanco no se tocan. No otra cosa significa “abandonar la innecesaria crispación” y “volver al diálogo”, cuando la consigna es pronunciada por comunicadores de los grandes grupos de poder como Grondona, Morales Solá, o Nelson Castro (mezcla rara de grosería prepotente y ascéptica madre Teresa de Calcuta, que todas las tardes radio Mitre asesta a los argentinos durante varias horas) –para no hablar de los vernáculos cordobeses, de monta bastante menor.

¿Cómo construir una fuerza progresista en Córdoba? Cómo, cuando pareciera estar condenada al desguace de su opinión pública por un PJ menemista y aliado con lo peor, donde De la Sota fue y seguirá siendo dueño y señor; por el radicalismo más conservador de la Argentina, que en sus buenos tiempos supo tener a Menéndez como invitado de honor en las celebraciones oficiales (en la por todos conocida foto que circula en la red, resulta perturbador constatar cómo -me decía un amigo-, mientras Mestre, Aguad y la Jueza Garzón de Lascano miran para abajo -y Molinari Romero para cualquier lado-, el genocida General es el único que mira de frente), y por un Luis Juez que supo hacer propia la causa de los capitostes del agro mostrando, ahora en picada, lo que es y a quién representa (en realidad ya había demasiados indicios antes, cuando encarceló a un grupo de artistas de la Universidad por intervenir basureros con consignas ecológicas -no sin condecorar a quien las había delatado por tamaño crimen-, o cuando censuró una muestra de arte en el Cabildo a instancias de un puñado de energúmenos lefebristas –los que, alentados por ello, no sólo impidieron al poco tiempo otra exposición sino que además destruyeron con total impunidad las obras que debían exhibirse).

Algunos, con bastante fundamento a mi entender, han comenzado a pensar en un escenario post-juecista tomando en cuenta lo que se revela cada vez con mayor nitidez: el señor Juez es el gran derrotado de la última elección en la provincia y es muy difícil que llegue a ser gobernador (a no ser que -como también se ha comenzado a sospechar- vuelva al “corrupto” y por él denostado Partido Justicialista y lo haga desde ahí, cosa que bien vista a nadie debería sorprender tratándose de quien se trata, pero sería sin dudas un espectáculo formidable).

Frente a ese escenario de hegemonía de grandes aparatos que han sabido mantener en Córdoba, a lo largo de los últimos treinta y cinco años (podría tomarse como símbolo de su inicio el definitivo pase a la clandestinidad de Agustín Tosco), la decepcionante alternancia de opciones con que cuenta la derecha para reproducirse a sí misma, es necesario y posible una invocación de la “otra Córdoba” para construir una fuerza política que comience a desandar el desierto. La convocatoria es a librar una disputa política y cultural de gran alcance, capaz de reunir a las decenas de organizaciones y los miles de ciudadanos que sienten que la intemperie política ya ha durado demasiado tiempo. Hacerlo con estricto realismo y sin resentimiento (“sin burlarse de las acciones humanas, sin lamentarse por ellas y sin denostarlas”, como enseñara Spinoza a los militantes de todas las épocas).

Esa disputa, por el momento incierta, puede concebirse como una paciente puesta en obra de nuevas prácticas y de nuevas palabras; requiere ser pensada como una gran hospitalidad recíproca de las izquierdas, el anarquismo, los libertarismos en todas sus variantes, los peronismos y los radicalismos desengañados y atónitos, desamparados por los derivas que han sufrido sus antiguos partidos (que hoy, en Córdoba, sólo usurpan los nombres que ostentan y estropean el espíritu de origen popular y las mil batallas contra los poderosos a los que ahora se alían sus referentes); también de quienes en su momento confiaron en el Frente Nuevo como un instrumento para romper el bipartidismo y hoy experimentan que los partidos nuevos nada garantizan por el sólo hecho de serlo y pueden ser iguales o aún peores que los existentes desde siempre. La generación de una fuerza progresista en Córdoba pensada como un encuentro de transformación mutua entre quienes llevan adelante algún tipo de compromiso militante, quienes trabajan con las manos y quienes trabajan con las palabras y las ideas. Como una gran convocatoria a los artistas, los hombres de ciencia, los intelectuales, los trabajadores organizados, los trabajadores en soledad, los desocupados, los maestros, las fuerzas de estudiantes que procuran estar en sintonía con la antigua potencia transformadora del movimiento estudiantil; los artesanos, los que se oponen a los desalojos de campesinos; los que se organizan para preservar los bosques, el suelo y el agua; los que se oponen al saqueo minero; los que trabajan en las cárceles, en los hospitales de locos, en la salud comunitaria; los que se enfrentan al envenenamiento de la alimentación; los organismos de derechos humanos, que han sabido perseverar a través de las generaciones… Muchos, ¿no?

Diego Tatián

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