Unidad
Ha llegado la hora de deponer intereses personales. Unidad con todos aquellos que no estén con la embajada. Y asegurémonos de que en la unidad tengamos verdaderos representantes de los intereses del pueblo
domingo, 8 de febrero de 2015
Texto completo de la Carta Abierta 18 : "Entre el texto y la sangre "
Un hecho de profunda e inusitada gravedad ha alterado la vida política
del país que, en su sustancia última, puede revelar el modo en que
los llamados Servicios de Información afectan todas las instancias de
la institucionalidad democrática de la Nación, sus estructuras
jurídicas y políticas republicanas y el complejo comunicacional
globalizado. Servicios de Informaciones, que además, se ligan
ostensiblemente –hasta lo que la simple mirada pública puede
conjeturar– con las agencias de Inteligencia de los Estados Unidos y
sus países asociados. No influyen sólo por el poder de su
clandestinidad en la esfera pública, sino porque toda una manera de emplear el lenguaje y los conceptos
políticos –en medios de comunicación, círculos financieros, partidos políticos– toma su impulso de la idea de
“fuente”, “operación”, “filtración”, “apriete”, “rumor”, “seguimiento”, “pinchadura”, etc. El propio concepto de
información recubre todo esto, tanto desde una operación de amígdalas hasta tomar cuerpo humano como
indicador de una semiología del terror.
En verdad, gran parte de lo grave que ocurre ya está inscripto en nuestro lenguaje cotidiano y en la lengua
comunicacional de la época. Por otro lado, la trama geopolítica de los servicios mundiales, en las radiaciones
que emergen del más connotado, la Central de Inteligencia Norteamericana, sus anexos o sucursales en países
de todo el mundo, introducen variantes de acción, a veces deliberadamente contradictorias entre sí, poniendo en
crisis el clásico concepto de autodeliberación de la ciudadanía y, entre tantas otras cosas, afirmando el “cui
buono”, famoso interrogante que falazmente lleva las responsabilidades hacia quienes supuestamente “se
benefician” de un crimen. Se dice en los medios relacionados con estas agencias internacionales que,
cualquiera sea el resultado de las investigaciones sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman –asesinato, suicidio
inducido o suicidio–, ninguno podrá “favorecer al Gobierno pues la gente cree en asesinato”. De tales
razonamientos surge la idea de “verdad” de los Servicios de Informaciones. En cambio, lejos de esta noción de
verdad construida como la eficacia de un mero efecto, se halla la verdad yacente en las ruinas de la historia, que
es preciso develar. Fuimos contemporáneos de atentados que, articulados con fuertes poderes fundados en el
secreto de los Estados y sus bóvedas ocultas, eran sumergidos bajo sucesivas capas de operaciones
obedientes a la turbia realidad de una época que vive en el abismo de lo indecible de los muertos sin sepultura,
los anónimos sacrificados y el sinsentido de las masacres. Si la política prosiguió sus vicisitudes sobre esas
superficies agrietadas, es hora de pensar de nuevo el origen de lo público y de la palabra encarnada en la
historia y no en el pronóstico de las agencias de asesoría, informaciones y diseño de campañas.
La muerte del fiscal Nisman ha sumido en un extendido estupor a la población, al Gobierno y a todas las fuerzas
sociales y políticas. Esta muerte, que es imperativo investigar con rigor y premura, debe ser tomada en primer
lugar con un sentimiento de congoja cívica, pues se ensombrece la vida pública a la par que lleva un indefinible
dolor a la familia del fallecido. El fiscal condensaba las maniobras completas de los servicios secretos mundiales
de un modo que para él se tornaba insoportable, con situaciones que tal vez lo consternaban, que irían a
superarlo y a encerrarlo en el enredo de complejísimas claves nunca descifradas. El particular dramatismo que
tiene esta muerte, pues sus autores no son conocidos ni es posible descartar un suicidio, agrava el sentimiento
de incertidumbre y miedo que desata, y por consiguiente los errores políticos que se manifiestan al interpretarlo.
El fiscal Nisman iba a presentarse a ampliar su inusitada denuncia por “encubrimiento”, en una comisión del
Congreso, contra la Presidenta de la República, a la que atribuía la participación en un supuesto “plan criminal”,
expresión que ya se utilizara en el Juicio a las Juntas en la época de Alfonsín, increíble acusación que trasponía
un hecho en otro totalmente heterogéneo y contrario, que el vocabulario del republicano esencial –figura que,
podemos imaginar, vive en la conciencia de todo fiscal– por razones obvias, nunca debió haber permitido.
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El hecho gravisimo e inusitado, que la Carta 18 no termina de precisar, no es la muerte, autoinfligida o no, de Nisman. La gravedad institucional consiste en que un funcionariomdesignado para esclarecer una matanza como la de la AMIA, haya vuelto a sembrar de desinformación y carne podrida esa causa, tanto en el terreno judicial como el social. Y que haya usado todo el poder y prerrogativas que le habilita su cargo para espiar y ensuciar a personas que nada tienen que ver con la causa, mientras no dio un solo paso hacia el esclarecimiento de la misma. Estos son los hechos que es imperativo aclarar y hacia allí se dirigió el discurso de la presidencia desde su primer día. Al parecer, el estupor, que no alcanzó a Cristina, se traluce en la redacción de esta Carta.
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