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viernes, 23 de enero de 2009

Eric Calcagno : Percepciones y convicciones

Sur

Por Eric Calcagno
Según el senador del FPV ante la crisis lo más peligroso es errar el diagnóstico. Muchas veces esas confusiones terminan por afectar a vastos sectores de la sociedad.
Eric Calcagno
Eric Calcagno
Considerar los genuinos alcances y límites de la actual crisis mundial es, antes que nada, una ejercicio que mezcla las propias convicciones y percepciones, tanto más objetivas como son conscientes. No invalida el análisis, por cierto, pero bueno es saberlo: no abundan los intelectuales en el tiempo de los gurúes. Por ello, si bien esto no es el fin del principio del capitalismo –acaso ya ha terminado muchas veces– es sin duda el principio del fin del pensamiento neoliberal y de las modalidades de desarrollo estructuradas en torno de la hegemonía del sector financiero, la desigual distribución del ingreso y la falta de regulación estatal.

Esa modalidad postulaba que el dinero creaba más riqueza librado a sí mismo, sin pasar por el sistema productivo: surgían financistas que ponían a trabajar al dinero, y sólo al dinero; no les importaba si las personas trabajaban. Si los resultados financieros daban ganancias en el trimestre todo estaba bien. Esto era posible por la ausencia de control y regulación estatal. Así, en los países desarrollados –en especial en Estados Unidos– creció una burbuja financiera especulativa.

¿De qué se trata? Se produce una burbuja financiera cuando el precio de una acción, obligación o cotización de una materia prima, crece de período en período, sin que esa suba se justifique por su rendimiento (por ejemplo, por los dividendos pagados). Las cotizaciones trepan porque la gente cree que subirán las cotizaciones; en el fondo, es una lógica de profecía autocumplida. Después, por cualquier razón cambia la creencia (que no se fundaba en la realidad) y se instala la opinión que predice una baja. Entonces, se derrumba la cotización.

Es interesante notar que desde las percepciones de los principales sectores de la oposición todavía no se han hecho recomendaciones explícitas. Aún existen sólo malos agüeros y críticas... Parecen retomar el enfoque que tuvieron entre 2001 y 2002, cuando insistían en la necesidad de lograr la confianza del establishment financiero internacional, que siempre exige plegarse a las políticas del FMI. Así fue cómo restringieron el gasto público (política del déficit cero), bajaron los salarios y la jubilaciones; desapareció el crédito y se instrumentó el corralito. Los resultados son conocidos: caída del 11% del producto, 54% de la población bajo la línea de pobreza, 22% de desocupación. Está pendiente la autocrítica.

A veces pareciera que abandonaron todo esfuerzo analítico para concentrar percepciones y convicciones en desgastar al gobierno. Para ellos, está mal que se propongan obras públicas que ya se habían anunciado; está mal que se pase del sistema de capitalización jubilatoria al de reparto y que se utilicen los fondos para financiar obras públicas; está mal que se promueva la fabricación de autos y heladeras, porque no se beneficia directamente a los más pobres (pero ¿cómo evitar despidos en esas industrias si no se fabrican autos y heladeras?); está mal que se repatrien capitales evadidos; está mal... todo lo demás.

En resumidas cuentas, bien parecen apostar a la profecía autocumplida; que a fuerza de repetir que habrá una catástrofe, al final se produzca, aunque no haya ninguna razón objetiva que la provoque, sino el propio miedo, la pobre percepción y escasa convicción. A veces, cuentan con alguna significativa caja de resonancia mediática (ya la solvencia del Banco Central frustró un primer intento de corrida sobre el dólar); ahora insisten sobre una posible desocupación, que no surge de la situación económica y que puede impedirse con las medidas que propone el gobierno.

Porque las medidas adoptadas en la Argentina responden a las percepciones y convicciones del Gobierno, con la diferencia que la obligación de gobernar implica el deber de no vender simulacros, ni a la sociedad ni a sí mismos. Que no es sólo una burbuja que se pinchó, significa que existe una grave amenaza a la economía real (sobre todo en los países con desorden financiero, en especial Estados Unidos): la del trabajo, la de la empresa, la de la producción y distribución de riqueza.
En ese contexto, existen riesgos que algunos problemas de precios y volúmenes de comercio exterior puedan repercutir en la economía interna argentina. De allí que las acciones en marcha tengan como eje una política expansiva, que fortalezca el empleo, la inversión y el consumo. Para lograrlo el punto de partida es auspicioso. En 2001/2002 se saneó el sistema bancario y financiero argentino, con un enorme costo. En este momento no existe ninguna crisis de nuestro sistema financiero, que sigue exhibiendo superávit fiscal y externo.

Ahora no es necesario curar a ningún enfermo, sino impedir que se contagie quien goza de buena salud. Para ello se adoptaron varias medidas concretas. Las primeras se vinculan con el empleo: puestos de trabajo masivos a través de la obra pública; disminución de los trabajadores no registrados; promoción de los registrados; utilización del poder de negociación del Estado para impedir despidos; otorgamiento de subsidios a los jubilados y a los beneficiarios de planes sociales; incentivos a la producción local de automóviles (Plan 0 km) y de heladeras (Plan Canje); reintegros a las exportaciones industriales, protección contra el dumping e incentivos fiscales a la producción de bienes de capital; incorporación al sistema productivo a fondos que se evadieron o atesoraron; líneas de crédito para la producción a tasas de interés razonables (en especial por medio del Banco de la Nación).

En el mediano y largo plazo se adoptaron dos decisiones trascendentes. La primera es la adopción del sistema de jubilaciones de reparto. No sólo se terminó el escandaloso negocio financiero (con comisiones del 36% de los aportes) sino que ahora esos fondos pueden destinarse en gran escala al desarrollo económico.

Se les pagará a los jubilados con los aportes de los trabajadores en actividad y no con la capitalización privada; por eso es coherente financiar obras que incrementen la actividad y los salarios futuros (de allí saldrán los aportes jubilatorios).

La segunda decisión fundamental es la asignación de 71.000 millones de pesos para un plan de obras públicas, de los cuales 22.000 millones se ejecutarán en 2009. Con su cumplimiento, se dará un impulso fundamental a la infraestructura, sobre todo de transportes y energía. Además, está prevista la creación de cerca de 400 mil nuevos empleos.

La correcta percepción económica de la crisis sobre la base de convicciones políticas que tienen como eje la redistribución del ingreso, la mejora en cantidad y calidad del empleo, el fortalecimiento del sistema productivo, la ampliación de la infraestructura (en especial de energía y transportes) y la jerarquización del Estado puede permitir que la Argentina evite o minimice los efectos locales de la crisis internacional. Ojalá podamos mirarla desde arriba, desde el costado, pero abocados a la solución de los propios desafíos antes que ahogarnos en problemas ajenos. Cuestión de percepción, de convicciones y de acción de gobierno.

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